Entrevistas

Entrevista a Alceu Ribeiro. Sala Dalmau, Barcelona, 1998.

«Alceu Ribeiro: El Proto-Taller», Diario «El Paí­s» (Uruguay).

Conoció al Maestro en el 39 y formó parte  con su hermano Edgardo de la generación que abrió las puertas al famoso grupo de los 7 discípulos. Hoy es tiempo de reencuentros.  

A los 82 años, de paso por el Uruguay en una estadía que amenaza repetirse en setiembre, Alceu Ribeiro recuperó con su sola presencia el lugar de privilegio que ocupa dentro de la pintura nacional. Es uno de los grandes del Taller, junto con su hermano Edgardo, pero un cúmulo de circunstancias lo apartó de la gran vidriera y lo alejó de las luces. No se lo incluye dentro de los famosos siete discípulos que supuestamente heredaron el cetro de Torres y eso lo apartó del dorado núcleo. Pero el número de siete fue una simplificación.También pudieron ser nueve,  o diez, o doce, aunque siete es un número razonable. Se apartó muy rápidamente del constructivismo y eso para la cúpula torresgarciana resultó  letal aunque de todos los discípulos solo Pailós y Matto siguieron practicando. Se le vio como uno de los líderes del paisajismo y el paisajismo casi pasó a ser mal visto en los años del despotismo abstracto. Aunque los suyos fueron bien planteados, estructurados, hermosos paisajes. Estuvo diez años con el Maestro, casi un récord pero se apartó luego del Taller para  moverse en ambientes propios y ese gesto independentista tampoco lo benefició desde el punto de vista de la ortodoxia. Se fue del Uruguay en el 74 y en el 76 se instaló definitivamente en España. Durante esa larga ausencia, casi cortó sus vínculos con el país: no volvió para realizar muestras. Hasta que lo rescató Gustavo Tejería hace tres años no tuvo un galerista oficial que lo trabajara  y lo difundiera. No figuró en ningún envío, se olvidaron de él en Figari. Fue como si no existiera. Incentivado por Tejería ha vuelto. Una exposición suya de maderas en el verano puntaesteño demostró la vigencia de su calidad y de su frescura: es un maestro que reclama legítimamente su espacio plástico. Le deben una gran retrospectiva y también un par de metros cuadrados en el Parque de las Esculturas. Pero todo eso se acerca. El 2002 es para Alceu Ribeiro el año del reencuentro.

GENÉTICA ESCONDIDA

Dos hermanos que vienen  del Interior  en 1939, de Artigas precisamente, becados por la Intendencia de ese departamento para estudiar pintura en Montevideo, no es un hecho frecuente aunque en esos tiempos existieran más gratificaciones oficiales que ahora. Una beca en yunta es una rareza. ¿ De dónde vienen los antecedentes artísticos de los hermanos? ¿Fue la genética?

–  En todo caso una genética escondida. Mi padre tocaba la guitarra y le gustaba cantar, afinaba muy bien y tenía pasión por la buena música pero de pintura no sabía nada. Era un excelente carpintero y dibujaba bastante bien. De ese codo pudo haber salido el “injerto”.

¿Cuántos hermanos eran?  

–  Eramos cuatro: tres varones y una mujer. Mi hermano mayor  fue el primero en venirse a Montevideo para estudiar arquitectura y sus contactos nos abrieron puertas.

¿Tuvieron enseñanza plástica en Artigas? ¿ Cómo accedieron a la beca?  

–  Supongo que tuvimos una compartida inclinación natural con Edgardo. Nos hacíamos los carboncillos y dibujamos sobre las hojas de periódico. Hicimos exposiciones, la clase de exposiciones que se hacían “tierra adentro”, ( “dice en el español semi castizo que le ha dejado su residencia en Palma de Mallorca”).

¿No existió ningún profesor en particular, alguna influencia notoria?  

–  Bueno, estaba don Eladio Dieste que tenía una biblioteca que era el referente artiguense. Su hijo, el Ingeniero Eladio Dieste fue compañero de Edgardo y en algunas vacaciones, Chiquitúa como le decíamos nosotros, llegó a ir al pequeño campo de pesca y correrías a caballo.

El detonante fue la biblioteca de Dieste. ¿ Dieste era algo así como el humanista del pueblo?  

–  Exacto

¿Su familia tenía campo?  

–  En la época de mis abuelos, los Ribeiro y los Brum eran algo así como los dueños de medio Artigas, exagerando. Estaban en la región del Catalán. Después la cosa se fue yendo a menos.  

DOS PREDESTINADOS 

¿Ribeiro es un apellido portugués?

–  Si, mi abuelo era brasileño.

Edgardo y Ud. se vienen en el 39, Ud. con dos años de liceo hechos, y se insertan  en el medio plástico. Dos canaritos recién llegados, dicho con el mayor respeto, que logran rápidamente establecer el mejor contacto posible. ¿Cómo lo lograron?

–  A través de Florio Parpagnoli, que había sido profesor de mi hermano. Se suponía que íbamos a entrar a Bellas Artes,  se le muere la hija a alguien importante de la institución, las clases se demoran y Florio,  para ganar tiempo, nos conduce hasta Torres.

Llegan a Torres por casualidad.

–  Por casualidad pura.

O por destino

–  Por destino, seguro.

¿Dónde se produce el encuentro?  

–  En la calle Mercedes.  Torres estaba ahí entonces y nosotros vivíamos en Guaná, a pocas cuadras. No tiene sentido que le hable de la excepcionalidad de Torres. Nunca nos cobró un peso. Nos sacaba un peso con disculpas, solo para editar el Removedor, y luego nos dedicaba un ejemplar a cada uno. A mi hermano y a mi. Llegó un momento que lo fastidiábamos tanto  que tuvo que poner sus límites.Un día nos dijo: “¿Saben una cosa? A mi también me interesa pintar. Le voy a fijar dos días para corregir los trabajos. El resto de la semana quedo enteramente a  las órdenes de Uds. pero los quiero para trabajar en mi obra”. Para entonces ya estaba en Abayubá.

¿Quiénes eran discípulos  de Torres cuando Ud. lo conoce. Porque en el 39 estaba  lo que podría llamarse el proto-torresgarcianismo?  

–  Entre los discípulos y seguidores estaban Alfredo de Cáceres, Héctor Ragni, Canizar, Alvarez Márquez, Rosa Acle (es importante susurra) y la mujer de Felisberto Hernández (informa por Amalia Nieto este uruguayo tan mallorquin que en algunos casos se ha quedado en el pasado).

¿Eran todos discípulos?  

–  Eran discípulos, pero pintaban ahí.

Ud. y su hermano integran la segunda camada. La que después vendrá a ser la más importante. La que integran las estrellas del Taller.

–  Cuando nosotros llegábamos solo hacíamos constructivismo. Torres estaba en pleno entusiasmo constructivista entonces y no admitía otra cosa. Después se flexibilizó. Estábamos nosotros, los Ribeiro, Alpuy que llegó de la mano nuestra, Jonio Montiel, y los hijos, claro. Y empezaron a llegar los otros.los que contemplaron el núcleo central: Fonseca, Gurvich, Matto y Pailós, que creo,  que fue el último de la gran serie.

Estaban en pleno constructivismo entonces.

–  Torres no quería enseñar naturalismo.  Pero bajo cuerda, con Agusto (Torres) comenzamos a practicarlo, le llevábamos algunos cuadros y él los corregía.  Mi verdadero maestro fue Augusto en realidad, con el visto bueno de don Joaquín.  Yo nunca le dije maestro, creo que fui de los pocos. Le pedí autorización para decirle don Joaquín.  Y con su cortesía de siempre me dijo: “Llámame como quieras”. Con Augusto salíamos a pintar las quintas.

OTRO ENTORNO 

¿Las del Miguelete?

–  No, eso fue antes.  Las de Carrasco, íbamos a las de Mendizábal, que era hermosísima, a la de los italianos, a una que quedaba al lado y la conocíamos como la de Don Bachicha, que era el nombre del dueño. Y a la famosa quinta de los caballos que estaba justo en los Portones. El dueño iba a buscar el estiércol para su quinta a Villa Doloresy se traía del zoológico todo lo que tiraban hasta las osamentas. En el terreno había una enorme montaña de esqueletos de caballos.

¿Ud. y su hermano seguían viviendo en el Cordón?

–  No, fuimos unos verdaderos gitanos.  Pasamos por todo Montevideo.  El segundo lugar donde nos fuimos fue a un apartamento en la Calle Caiguá, despúes que pasa frente a la iglesia de Jackson sube la cuesta y desemboca en Máximo Gómez.  Allí era donde salíamos a pintar las quintas del Miguelete.

¿ Que era un arroyo limpio?

–  Era un hilito de agua, pero limpio es cierto.

¿ Quién lo acompañaba en esas excursiones?

–  Salíamos a pintar con Manolo Lima.

¿Manolo fue del taller?

–  Por lo que me consta no, aunque Torres lo corregía a veces, Manolo siempre fue un rebelde out-sider. El Taller encorsetaba su espíritu libre.

Tocó un tema clave, ¿se sentía mucho el peso del Taller? ¿Dolía tanto la mirada del Maestro?

–  Mire, el Taller tuvo dos épocas. Estuvo el Taller sin reglamento y el Taller con reglamento.

¿Cronológicamente en que orden?

–  No existía un reglamento cuando éramos pocos. Luego, al ser más, se estableció un reglamento con estatuto y todo. Los que se valieron más de él, como suele suceder, los que más lo utilizaron y hasta abusaron de su poder, fueron los mediocres. Cuando la gente aumentó fue evidente que se hacía necesario un reglamento. Y hasta San Vicente, que también era de Artigas, casi llegó de mi mano y se convirtió en un fanático de la Escuela, al pasar a ser el Secretario, no tenía mas remedio que aplicar el reglamento.

¿Ud. llegó a tener algún problema con el Reglamento?

–  Con los que manejaban el reglamento, no con Torres. Me presenté a un concurso sin pedir permiso y me echaron.

¿Quedó fuera de la Escuela?

–  Me fui a hablar inmediatamente con Torres y le explique lo sucedido. ¿A Ud. le interesa el Taller? ¿Le sirven mis clases? me preguntó.  Y a  mi se me cayeron las lágrimas. Observe, se lo cuento ahora, más de medio siglo después y se me quiebra la voz. Me quitó la sanción desde luego.

Está emocionado es cierto. Medio siglo después se sigue emocionando. Cual era la trama donde  se asentaba el poder sin límites del Maestro? ¿Era la pasión que ponía en sus cosas? ¿La entrega que sentía por el arte? ¿La absoluta concordancia entre lo que predicaba y lo que hacía? ¿La dimensión de su obra?  

–  Era todo junto. Era una trama como de Ud.

¿Llegaron a ver la obra que hacía?

–  Nos la mostraba toda. Era de una enorme generosidad. Pintaba un cuadro y lo exponía para que lo comentáramos. Le importaba la opinión de todos, era sincero, o ingenuo, no se. A éste no llegó, le decía. O este me gusta mucho. Alguna ve me atreví a hacerle alguna observación.

No parecía ser muy dócil en ese sentido.  

–  Era de un honestidad total.  Volvía al tro día y decía: “Ud. tiene razón en lo que me dijo”, o lo contrario. “Lo que se ocurrió decirme  estaba mal y pasaba a explicarme porque yo me había equivocado.  Siempre estaba en la enseñanza.

LA PROVOCACIÓN

Pero no me diga que era un hombre dócil porque no se lo creo.

–  Bueno no diría que dócil.  Un día estábamos con Spósito que iba en un mal día.  Y empezó a criticar sin empacho toda la Obra de Torres, sin mirarlo y pateando despacito los cuadros.  Torres no abrió la boca y cuando se despidieron lo citó para una fecha determinada.  Como fuera de serie que era, entre los dones que tenía estaba la buena educación.  Ni bien se fue Spósito nos llamó y nos dijo que le evitáramos una repetición de esa visita, dado lo ocurrido.  Pero Spósito volvió creo, y se disculpó y todo.  Pero no integró la Escuela.

Proporcióneme las fechas de su ciclo con Torres.

–  Desde el 16 de marzo de 1939, cuando lo conocí y asistí a mi primera clase hasta su muerte en el 49. Pero yo no lo quise ver muerto. No lo fui a ver. Preferí atesorar la imagen del Torres vivo.

¿Cuáles son sus pasos despúes del 49? ¿Empieza con las clases?  

–  Había empezado antes. Yo le había pedido permisos a don Joaquón. Nos ofrecieron clases en Secundaria, a mi en Salto y a mi hermano en Minas. Para entonces ya corrían los cincuenta. Mi hermano se va a Minas y yo me hago cargo de su Taller. Tenía un grupo de 8, 10 alumnos. Mi hermano fue un verdadero funda-talleres.

¿Era el Taller del Molino?

–  No, eso fue después. Era en la calle Médanos. Luego conocimos al Dr. Germán Rubio, el médico de don Joaquín, que nos dio una mano y nos alquiló una casa en Malvín. La utilizaba para caerse. Por ahí llevaba incluso la comida porque era un sibarita, y se iba para la playa. Después mi hermano se casó. Yo me fui con mis padres que habían venido a Montevideo y finalmente me casé yo también y me instalé en Punta Gorda.

¿De que vivía en los primeros tiempos?

–  En los primeros y en los últimos, siempre viví de la pintura y de las clases. En los 50 ya vendía algo. Y siempre sacaba algún Premio. Nos tiraban con algún mendrugo. Una vez -eso fue antes- me dieron uno de 150 justo cuando a Torres lo rechazan. Yo fui a decirle que lo iba a devolver porque era injusto. Me lo impidió, “ lo que Ud. ganó está bien, es justo. Lo injusto es lo que me hicieron a mi”, me dijo. Después ganó el Gran Premio con un Paisaje del Mentón y a causa de eso estaba autorizado a exponer al año siguiente obra fuera de concurso. Al año siguiente ocupó la pared central del Salón Nacional con una serie toda constructiva. Fue el regocijo total. Había ganado la batalla.

 AÑOS DUROS

¿Se podía vivir de la pintura en los años cincuenta?

–  Como poder, no se podía. Yo viví temporadas enteras de puré y berro. Antes de casarme. Después me tuve que organizar, pero tenía la ventaja de que no pagaba alquiler porque la casita pertenecía a mi suegra. Para entonces vivía en General Paz casi Rivera. Excepto un mes de mi vida, siempre fui fiel a mi vocación. –en una oportunida conocí a un vendedor de seguros de ómnibus y me tomó para llevar y traer expedientes a la Caja de Jubilaciones. Era una empresa Argentina, “La Itálica”, y se fundió al mes. Me quedé sin trabajo.

Tuvo mala suerte.

–  Tuve suerte.

Me corrijo. Hablé desde el duro corazón el mercantilismo. Alceu, cómo funcionó el grupo del Molino de Pérez?  

–  Fue una linda época. Cómo pasa en cualquier burocracia, el trabajo se reparte mal y sólo trabajan unos pocos..Alfred Aristigueta era un organizador nato. Era el alma del Molino. Teníamos el Taller, hacíamos actos culturales y también reuniones inocentes pero ruidosas. Como los vecinos se quejaron del ruido, solucionamos el problema invitándolos. Había una estufa enorme y se hacían parrilladas.

Con algo de vino  

–  Algo de vino, pero  no demasiado

¿Quiénes estuvieron en el Molino?

–  Hubo un grupo muy bueno. Estaban Deliotti, que ahora ocupa un lugar de destaque, y su primo Raúl, Juan Storm, Pepe Monte, Stewart, Tito Paravís, que es un  pintorazo, Aude Gobbi y muchos más.

Ud. y Deliotti han termionado siendo los exponentes torresgarcianos de las maderas actuales.

–  Me han encantado siempre las maderas. Es un material que me provoca mucho y me llevo muy bien con ella.  Cómo dicen los mallorquines: soy muy “manita”, tengo habilidad manual.

Salió a su padre. 

–  Es cierto.

¿Qué vino después el Molino?

–  Nos corrieron del Molino porque lo iban a refaccionar. Tuve una pelea brutal con el arquitecto porque lo quería revocar y yo le decía que le quería quitar el tiempo, la historia del ladrillo viejo, el musgo. Finalmente nos fuimos. Aristigueta nos consiguió el Tajamar de Carrasco y allí estuvimos otros años. Luego enviudé, me estaba divorciando. Andrés Percivalle nos consiguió unos cursos en la Escuela de Artes Aplicadas.Por un tiempo viví en Atlántida, en un chalet que me prestó Ricardo Barbé. Y como corolario final llegó la dictadura. Yo no tuve nada que ver con los episodios que sucedieron pero el país no era el mismo y mi hermano se hacía idea de ir ya para Mallorca en el 73.

TRAMO ÚLTIMO

Y le siguió los pasos y retomó la antorcha de sus talleres

–  Algo así.  Un día estaba en el «Portón de San Pedro» y Julián Murguía llamó a Edgardo por teléfono y lo puso en habla conmigo. Quería venirse a tomar unas vacaciones al país, buscaba un sustituto, me dijo que tenía una hermosísima casa para ofrecerme y que además podía ganarme unos buenos pesos. No le contesté de inmediato. Me costó irme. Finalmente Luis Baitler me consiguió el pasaje y partí hacia allí. Con resquemores. Pensar que un sudamericano subdesarrollado le fuera a enseñar a los europeos no era una idea fácil. Pero la verdad es que a las dos semanas de estar en Mallorca ya me sentía cómodo.

¿Se fue en el 74 y se quedó?

–  Primero fui cinco meses y me volví. Pero Edgardo insistió en reincidir con su visita uruguaya, y tuve que volver a ocupar su lugar. Para entonces había mas alumnos, se habían formado dos grupos y me quedé un año completo. Me volví a enamorar, me casé de vuelta  y en el 79 me instalé en Palma de Mallorca para siempre.

¿Cómo está integrada su familia?  

–  Tengo un hijo, Diego, que es médico Psiquiatra y vive en Uruguay.  En Palma están mi mujer actual, Isabel Aleñar, y mi hijo Oscar.  El menor tiene 15, vino ahora conmigo al Uruguay, y se volvió por las clases, y quedó enloquecido con el país.

¿Dónde tiene el Taller?

–  En Danues 3, primero. Y vivo a unas pocas cuadras. Voy caminando. Como tuve un infarto, me hace bien caminar.  Volví a tener el viejo Taller que tenía Edgardo Es una preciosa casa.

¿El que Ud. dijo que fue Monumento Nacional?

–  No, ésa fue el piso superior de la droguería Corbella, que Edgardo consiguió al ponerse de charla cuando fue a comprar unas pinturas y terminó armando un grupo.

Lo concreto es que Edgardo se vino y Ud. se quedó en Palma aparentemente para siempre. Pero con planes de un intercambio constante. Era hora. No le quiero criticar el encanto de Palma. Pero tiene deudas a pagar con el Uruguay. ¿Retorna en Setiembre?

–  Prometí una escultura para ser erigida en Artigas.